De Ida y Vuelta: Camino a La Paz: INTRODUCCIÓN

June 11, 2009

Dedicatoria

To Humberto and Fernando, among fellow chapulines;

To Juan and Chelo for all their inspiration;

To my family in Mexico and of course back in the Toon;

But most of all to Liliana, one of the most special people that I have ever met.

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Termilogía clave

chapulín = sust. alguien que brinca de una cosa a otra

chela = sust. una cerveza (Mex)

podging = sust. el acto físico del amor (Br. regional) (vulgar)

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Prefacio

Living in Mexico is like living in the past, or in a distant dream; a far away country that on the surface is very similar to what you are used to, but in reality is like an utterly different world.

Mexico welcomes you with open arms, then, somehow, keeps hold of you and won’t let you escape.

I love and hate Mexico.

But I’m still here.

De Ida y Vuelta: Camino a La Paz: PRÓLOGO

June 10, 2009

Querida Lauren,

Pues aquí estoy, sentado en la clase ejecutiva del vuelo 183 de Mexicana con destino a Guadalajara, escribiéndote. Ya casi estoy allá. Mi llegada, sin embargo, tendrá un día de retraso, lo que significa que tendremos un día menos para llevar a cabo el itinerario audaz de Nicky: ahora no será posible contar con las dos semanas que habíamos planeado para ir de Guzmán a la frontera, y regresar. Espero que haya recibido mi mensaje.

Todo empezó bien: ayer me desperté muy temprano para ir al aeropuerto de Liverpool, checaron mi equipaje sin problemas, y embarqué el avión para Chicago. El viaje consistió en tomar somníferos y pensar en lo tontos que eran mis compañeros pasajeros: en su mayoría estadounidenses gordos y bobos; te das cuenta que incluso los que al principio no parecen tan gordos, en realidad sí lo son.

Bueno, pues dormí, y después de diez horas, por fin aterrizamos en los Estados Unidos, donde tuvimos que esperar durante más de una hora antes de que nos dejaran entrar. Ni siquiera deseo estar aquí, y voy a perder mi vuelo de enlace, así que por favor ¡déjenme salir de este ridículo país! El muchacho de la inmigración no creía que yo era estudiante, así que me preguntó a qué universidad asistía y lo que exactamente estudiaba. Como tenía una pistola y no quería que me matara, contesté educadamente como un chico que se porta bien y además le sonreí. Vaya energúmeno.

Tuve que correr a toda velocidad por el aeropuerto con mis bolsas (recién revisadas y para nada destructivas) a otro mostrador de facturación, donde recibí la noticia que había un problema. Resultó que había huracanes y tornados (¿?) en Texas que bloqueaban mi trayectoria de vuelo. ¡Genial! ¿No hay otra manera para llegar a Guadalajara? Bueno, supongo que podría esquivar los huracanes y tornados… pero el único vuelo sale en dos minutos, y es muy probable que no llegue a tiempo…

No llegué a tiempo. Hay un vuelo mañana —GENIAL— ¿qué voy a hacer hasta entonces? ¿Me están ofreciendo una tarifa de hotel reducida? —VAYA— qué bueno que no tenga que pagar el precio normal, aunque todo esto es ¡CULPA DE USTEDES!

Bueno, después de un rato pasó el enojo y me di cuenta que sería bastante chido tener la oportunidad pasar una noche en Chicago. En la oficina de información turística, un hombre me preguntó cómo estaba; respondí: “Pues las cosas se están cebando, pero podría ser mucho peor, por eso estoy feliz”. Vaya optimismo.

Esperé mucho tiempo para el camión a mi hotel, que estaba situado muy lejos del aeropuerto, y luego me aventuré a salir al centro de la ciudad. Si algún día quieres sentirte chiquito, ve a caminar por las calles de Chicago. Toda la ciudad consiste en puros rascacielos, todos hechos de un vidrio muy oscuro. Caminé alrededor de tres horas por el área “downtown”, y realmente era imponente. Pensaba mucho. Uno de los pensamientos más interesantes que tenía era que sería increíble tener sexo en el piso más alto de uno de esos edificios. Y si añadieras un poco de cocaína a este sueño, realmente te sentirías en la cima del mundo. Algún día debo probar la cocaína, preferentemente mientras tenga sexo en el piso más alto de un rascacielos.

Son las 5 de la mañana: me levanto me ducho tomo el camión subo al tren llego a la terminal, ¡mierda!, he olvidado mi bolsa, llamo al hotel, el muchacho no parece servicial, necesito volver a llamar en 15 minutos. Voy a la facturación y empiezo a hacer cola. Pasan los 15 minutos pero todavía estoy en la cola, decido que necesitaré chequear ahora o nunca. Estrés. Pregunto a la familia a mi lado si puedo usar su celular, dicen que sí. Los amo. Llamo al hotel, dicen que tengo que estar frente a la Terminal 3 en 20 minutos. ¿Tendré tiempo? La familia que amo deja que vaya antes de ellos. Chequeo mi equipaje, incluso me cambian a clase ejecutiva, pero ahora sólo tengo 10 minutos para encontrar al hombre que tiene mi bolsa. Corro, subo al tren, corro… lo logro. La hora: un minuto para las 9.

9.05: no hay camión, 9.10: no hay camión, 9.15: no hay camión. Me da pánico; nadie me prestará su celular y no puedo buscar un teléfono público por si llega el camión. 9.20: veo el nombre del hotel, ¡seguro que ya ha llegado! No es. 9.25: nada todavía, 9.30: nada todavía, 9.31: —¿es él? —¡sí! —por fin, el camión está aquí, saludo con la mano frenéticamente al chofer, me da la bolsa, le doy propina y corro, corro, corro entre la seguridad ¡sala, bebidas, descanso!… esta es la buena vida : )

Todavía no hemos empezado nuestro viaje de carretera y ya casi me ha pegado un infarto. Pero si veo el lado positivo de las cosas, pronto estaré camino a Guadalajara, ¡y a México! Y en este vuelo habrá mujeres mexicanas… ¡las bellas azafatas de la clase ejecutiva! Hoy va a ser un buen día.

Espero que todo vaya bien con tus viajes. Vas a contestarme, ¿verdad?

¡Love you muchísimo!

Jamie

De Ida y Vuelta: Camino a La Paz: DÍA UNO

June 9, 2009

Día 1 Ciudad Guzmán–Tequila (225 km, total 225 km)

Exactamente tres meses después de haber comenzado el paseo que nos cambió la vida a David y a mí, la Dodge-Podge Máquina de Sueños se encontraba humeante en un área de descanso jalisciense. Cualquiera habría pensado que sería su último viaje.

A pesar de todo aquí estaba, disfrutando el sol afuera del aeropuerto internacional de Guadalajara, no sólo con un carro recién reparado, sino también con un plan descabellado para conducir hacia Baja California. La sobrina de mi mamá mexicana, Liliana (a quien siempre he admirado, pero desafortunadamente sin éxito) había sido una de muchas personas que me habían advertido de los riesgos de usar la Máquina de Sueños otra vez en un viaje tan largo. Sin embargo, todos estos consejos sólo me hicieron más decidido a demostrar que estaban equivocados, entonces, después de que terminó el largo proceso de compostura, comencé a sopesar otro reto. A mi modo de ver, para que un viaje sea interesante necesita tener una meta; un principio y un final; un ímpetu; un empuje. Si esta meta en última instancia se realiza o no, no es vital; más importantes son los eventos que pasan por el camino de ese objetivo; las experiencias que ayudan abrirse a la aventura. Nuestro objetivo, esta vez, era Baja California.

Pero vamos a esperar un momentito: ¿por qué habría de abandonar mi hogar en Inglaterra para regresar otra vez al país de México? ¿Por qué insistía en dejar mi universidad, mis amigos… mi familia? La respuesta básica es que, en primer lugar, amo tanto a México y, en segundo lugar, que cada día tengo un punto de vista más negativo de Inglaterra. Durante el romance de mi primer viaje a México, vi un lugar completamente diferente a mi país. Era un ambiente fresco, vibrante, vivo y emocionante, con un clima perfecto, comida rica, gente amable y mujeres bonitas. Comprensiblemente, pues, cuando regresé para empezar el nuevo capítulo de mi vida en la universidad, que supuestamente iba a ser tan excitante, el choque cultural era insoportable. El clima era frío, la comida era insípida, la gente me trataba con indiferencia, todo era extremadamente caro y parecía que las normas y reglamentos eran más importantes que el sentido común y el bienestar. Me di cuenta que debía practicar más ejercicios de introspección para definir mi identidad.

Inevitablemente pues, lo hice, y por supuesto tengo que decir que mi país tiene muchas virtudes, innumerables buenas personas y muchos aspectos de la cultura que me enorgullecen como británico. A pesar de todo eso, ya había experimentado una vida mejor: un lugar donde los retos son posibles y la vida se vive a plenitud. Era obvio que tenía que regresar.

Al regreso del primer viaje, obtuve un préstamo de estudiante que en lugar de gastarlo en Inglaterra, lo agoté en dos visitas más a México. Cuando decidí cruzar el Atlántico por tercera ocasión, el plan consistiría en disfrutar la Semana Santa en Baja California. Sólo quería estar allá afuera, teniendo aventuras, en vez de estar metido en una biblioteca fría y descolorida aprendiendo el español de un libro de texto.

Se debe decir, sin embargo, que la tarea de arreglar el coche (de hecho, me gustaría expresar eso de otro modo: hacer que algo se cumpla) en México siempre es un proceso muy frustrante y prolongado. En mi caso, no ayudó gran cosa el hecho de que el carro se hubiera descompuesto cerca de Guadalajara y no de Ciudad Guzmán (mi hogar mexicano). Aún así, tuve que supervisar la reparación a 9,000 kilómetros de distancia. Sí, es cierto que tengo amigos mexicanos muy dispuestos a cooperar, pero ellos nunca van a poder transmitir con exactitud lo que quiero. Esa paciencia de “ahorita” / “mañana” que poseen de la vida (es muy relajante pero no necesariamente tan productiva), fomenta un conformismo que remata las conversaciones con un “bueno”, “malo”; “órale”, “perfecto”.

Entonces, después de todo, un trabajo que debía haber durado menos un mes duró medio año, justo el día de mi llegada, como si nunca hubiera estado apartado de mí. Los mecánicos nos advirtieron “que no recorriéramos largas distancias en él, especialmente por el desierto”. Una vez más los consejos no hicieron otra cosa que incitarme a ir por más. ¿La psicología humana es bien interesante, no?

Como se suele decir: “no hay bronca”. Tenía la Máquina de Sueños nuevamente, y el sentimiento era increíble. Lo conduje a Guzmán con la sensación de libertad arrasando en mi interior. Quizás podríamos hacerlo de verdad. Quizás podríamos ir de aquí para allá; de arriba para abajo; de un lado a otro.

Pero luego la hermana de Jamie llamó: él seguía en Chicago sin poder moverse por los huracanes y tornados. Esa noticia acortó nuestro viaje un día, pero por lo menos aproveché el tiempo para intentar convencer a Liliana de que se enamorara de mí. Al día siguiente, salí un momento para ir a una revisión básica del coche, nada más para asegurarme que estaba saliendo con él en un estado respetable. Sin embargo, cuando estábamos a punto de estacionarnos afuera de la casa del mecánico, el carro se negó a cambiar de “driving” a “parking”. Esto no había pasado antes, jamás. Después de unos intentos más, todavía no entraba. Mal augurio.

El mecánico, un amigo de nosotros, abrió el cofre y manualmente acomodó la velocidad, pero nos dio la dirección de alguien que podría arreglarlo. Digo “dirección” pero en realidad era una instrucción a la mexicana: se lo explicó a Tere (mi mamá mexicana) y ella lo entendió como si fuera el lugar más claro del mundo. La verdad es que no tenía la menor idea de adonde ir, así que tuvimos que andar por Guzmán durante un buen rato sólo con la primera velocidad disponible. Uno nunca se da cuenta de lo necesaria que es la reversa: si hubiéramos parado frente a un obstáculo, habríamos quedado inmóviles. Bueno, tras unas horas de locura, salió el sol. Encontramos a un mecánico que corrigió los cambios, ahora sí que a cambio de nada. Mi primer sentimiento era de alivio, pero luego me di cuenta que si se descompusiera el carro —especialmente en medio del desierto— no tendría ni idea de cómo arreglarlo. Tampoco tenía seguro de automóvil, algo que sería absolutamente loco en mi país pero aquí es algo normal. Me encogí de hombros. “No tengo tiempo para aprender, y si no pienso en ello, tal vez las cosas malas no pasarán” pensé.

Salí una hora después para empezar el viaje; dos horas a Guadalajara por el ahora Lago seco de Sayula. He hecho esta ruta muchas veces pero de todos modos es muy bonita. Al llegar al aeropuerto me encontré con Jamie, que tenía la moral alta cuando me vio y todavía más alta cuando vio el coche. Jamie iba a ser mi compañero en lugar de David, este último “chapulín” tuvo aspiraciones no mexicanas, así que me esperaba un viaje bastante diferente. Jamie está tan enamorado de México como lo estoy yo, y además sueña con crear historias emocionantes para algún día contárselas a sus hijos. Este país ya le había dado un montón de estas historias, pero tuvimos la corazonada de que tendríamos más al final de estas dos semanas.

Fuimos directamente al gran centro comercial Plaza del Sol, donde reservamos nuestros boletos del Baja Ferry, que salía en sólo 10 días —¡qué loco! El plan era conducir a la frontera norte y luego atravesar toda la península de Baja California, hasta el famoso arco de Los Cabos. Retornaría por el ferry entre La Paz y Mazatlán, y de allí podríamos llegar a Guzmán. Con este plan maniático en nuestras mentes, y el bonito atardecer de la ciudad de Guadalajara, comenzamos nuestro viaje de carretera, con el primer destino: Tequila.

De Ida y Vuelta: Camino a La Paz: DÍA DOS

June 8, 2009

Día 2 Tequila–Escuinapa, Sinaloa–Santa Ana, Sonora (1,020 km, total 1,245 km)

Digo Tequila, pero en realidad estábamos probablemente a las afueras de la ciudad de Tepic cuando el Día 2 llegó a medianoche. En un principio íbamos a quedarnos por la noche en el lugar de este “jugo de resaca garantizada”, pero habíamos pasado zumbando por allí, de manera que decidimos continuar mientras las energías lo permitieran, así recorreríamos la mayor distancia posible. Es común pensar que durante las vacaciones no debe haber premuras, nunca debes establecer plazos, aunque para mí todo eso es emocionante: simplemente tuvimos que ir del punto A al punto B y luego volver al punto A durante 10 días. No estoy diciendo que no me gusta ver cosas o relajarme, pero para mí sin duda es más divertido estar siempre de aquí para allá con un nuevo reto. Muchas personas nos habían comentado: “¿De qué sirve tu viaje? Estarás metido en el carro todo el día.” Pero estar en el carro todo el día, claro, es la maravilla de un viaje por carretera.

La noche nos perdió entre los valles de Tequila, pero no nos preocupamos: ya conocíamos las bellas hileras de agaves que guiaban nuestro camino. Paramos tan pronto como habíamos salido de Guadalajara en un área de descanso (una de las 500,000 sucursales de Oxxo), para comprar unas provisiones y un mapa. Cuando digo “provisiones” quiero decir unas chelas, y cuando digo “mapa” quiero decir uno de los mapas de venden en Oxxo, que son bastante inútiles. Luego me di cuenta que había dejado en Guzmán nuestras guías. ¡Maldita sea!: estos libros eran nuestras biblias, las referencias de los hoteles más baratos, consejos de seguridad, los lugares que evitarían los gringos, todo. No obstante, esto no parecía desconcertar a Jamie, quien dijo que sería mejor así, porque tendríamos que descubrir estas cosas nosotros mismos, que “sería más chingón.” De todos modos, recuerdo que estaba sentado allí un poco nervioso, sin saber  si el carro iba a aguantar todo el recorrido. Ahora no tuvimos más remedio que seguir a la noche, teniendo que rechazar muchos de los jóvenes que pedían “aventón” a Puerto Vallarta.

Normalmente, no aconsejo conducir por la noche, pero me sentía tan cerca de Ciudad Guzmán, que eso me hacía sentir seguro; además era una autopista de cuota: cara, pero relativamente confiable. Jamie se ofreció a pagar la gasolina y la mitad de las casetas. Por lo general, Jamie y yo, llegamos a buenos acuerdos sin conflictos, probablemente por el hecho de que ya habíamos compartido un cuarto durante más de seis meses. Así, a diferencia de algunas historias sobre viajes en carretera, ésta no contendrá información de las riñas insignificantes que pasan día a día entre los protagonistas y que parecen necesarias hoy en día para provocar atención. Después de todo, esta obra trata de nuestra relación con México, no de la relación entre Jamie y yo.

Continuamos velozmente hacia Tepic, y para ser honesto, la situación no parecía tan mala. El carro funcionaba bien, su único nuevo achaque era una línea que corría por el parabrisas estrellado. Era menos estético, pero qué importa. Toda la diversión de  nuestros viajes es que siempre las cosas se echan a perder, así que para Jamie y yo este detalle era algo más para añadir a la historia. Y no podíamos sentirnos deprimidos, ya que habíamos descubierto que nuestro CD/radio, que antes sólo podía tocar uno o dos CDs, de verdad aceptaba los iPods a través de un cable especial. Entonces podíamos escuchar cualquier cosa que quisiéramos… ¿que podría ser mejor… un viaje de carretera con buena compañía y buena música?

Llegamos a Tepic pero en vez de parar por la noche decidimos seguir otra vez, pues la adrenalina de empezar el viaje aún no había pasado. Casi al llegar a Mazatlán el cansancio se apoderaba de nosotros y como además nos faltaba gasolina, tomé la primera salida que nos conduciría a la ciudad de Escuinapa. Nos estacionamos afuera de un hotel y preguntamos por habitaciones, pero el dueño lo negó con la cabeza, así que encontramos otro lugar más cerca del centro. El muchacho de la “recepción” nos miró de una manera muy rara cuando pedimos un cuarto, que por cierto, es uno de los más baratos y peores que he tenido en mi vida. Nos importó un pimiento; dejamos nuestras cosas adentro y salimos para encontrar tacos. Apenas se habían acabado, pero nos dijeron que había unos hotdogs bien buenos a unos metros. Allí, la dueña nos preguntó dónde nos estábamos quedando; cuando se lo dijimos, ella y su compañera se rieron y nos miraron curiosamente. Claro que ya sabíamos que nuestro hotel sólo era para personas que lo necesitan un par de horas, y que la gente probablemente pensó que éramos gay por quedarnos allí. Bueno, pues siento desilusionarlos, pero esa noche Jamie y yo dormimos en camas separadas y no tuvimos nada de sexo, así que no hubo nada que perder.

A la mañana siguiente no tardamos en irnos hacia Mazatlán, y pronto pasamos el Trópico de Cáncer. El paisaje era principalmente de campos largos y verdes; también había muchos ríos, incluyendo uno donde cientos de personas se estaban bañando. Era un gran panorama. De pronto vimos una camioneta llena de pasto, cosa que para nosotros era bastante peculiar, y después algo en realidad gracioso: un carro compacto que transportaba en su capacete un material de polietileno tres veces más grande que su dimensión. Poco le faltó para ocasionar un fatal accidente cuando todo se cayó al pavimento. Lo repetiré siempre: sólo pasa en México.

Paramos a desayunar pepino, pero el señor se quiso pasar de listo al cobrarnos más de lo debido, tanto como un 50 por ciento más del precio regular. Afortunadamente, somos un poco más despabilados que el turista medio; sabemos a qué atenernos en estas cosas, así que conseguí que me lo rebajara a 15 pesos y de paso lo hice sentir culpable. Me parece triste que los mexicanos, tan cariñosos, amables y hospitalarios, en ocasiones se aprovechan de todos los que parecen gringos. A veces desearía no tener mi pelo rubio y mis ojos azules, aunque debo reconocer que estos rasgos también tienen sus ventajas.

No obstante, una hora después mis facciones “güeras” no me ayudaron en nada. El velocímetro había dejado de funcionar, de manera que no tenía idea cuán rápido estaba conduciendo; estábamos conduciendo bien, sin preocupaciones, cuando vi un carro de la policía que nos perseguía y que nos hizo señales con las luces para que paráramos. Me aparté, y salieron de pronto dos polis con gafas de sol, nos pidieron que saliéramos de nuestro vehículo. Por lo visto habíamos estado excediendo la velocidad permitida por 10 kilómetros por hora. Uno de ellos nos checó para ver si habíamos tomado alcohol o drogas; mis manos estaban temblando, para ellos eso significó que sin duda estábamos ocultando algo, en realidad, claro que estaba nervioso, dos polis con pistolas grandes me habían detenido en otro país. Hicieron una inspección del carro, en el que encontraron tres o cuatro botellitas vacías de Indio y, en la cajuela, una botella de tequila casi llena. Como colegiales excitados, la agarraron y se dieron cuenta de que estaba abierta.

—“¿Han disfrutado unas bebidas hoy?” —nos preguntaron pícaramente.

—“No, nada” —contesté, olvidando temporalmente la chela que había tomado para el desayuno aquella mañana.

—“¡Pero tienen una botella de tequila abierta en el carro!” —exclamaron dramáticamente.

Estaba empezando a calmarme, era obvio que estas personas eran idiotas.

—“Sí es cierto, ésa es una botella de tequila, y sí, puede que esté abierta” —dije—, “pero fíjense que está en la cajuela… piensen ustedes bien, no voy a estar tomándolo si estoy sentado en el asiento delantero manejando el carro, y el tequila está en la cajuela, ¿verdad?”

—“Pues, ok, a lo mejor sí” —uno salió con el comentario—, “pero sí estabas excediendo la velocidad, y en México esto no es permitido, así que vas a tener que darme tu licencia, regresar a Culiacán, y pagar una multa.”

Yo no tenía la menor intención de regresar tanta distancia a Culiacán, así que me cambié al modo de negocio. Les expliqué que estábamos viviendo en Jalisco, que nos encantaba México y no habíamos estado conduciendo imprudentemente, sólo unos pocos kilómetros más rápido que el límite (obviamente omití el papel del velocímetro). Luego uno me dijo: —“Ok, Nicolás. Realmente tenemos una situación difícil aquí. Pues qué te parece esto: ¿por qué yo no voy a mi coche para preparar los papeles, y tú puedes hablar sólo con mi compañero?”

De ese momento las dos partes interesadas sabían exactamente lo que iba a suceder.

—“¿Pues no hay ninguna manera para arreglar esto ahorita…?” —le pregunté—, “¿dado que ya nos hemos hecho amigos?”

—“Está bien, amigo” —contestó— “¿Cómo piensas que podemos arreglar esto como amigos?”

—“Bueno, ¿qué tal si le doy 100 pesos ahorita y olvidamos todo?”

El joven pausó, miró hacia abajo, frunció el ceño, y me miró otra vez.

—“Nicolás, 200 pesos y puedes andar a la velocidad que quieras” —dijo.

—“Trato” —dije, y un minuto después estábamos de vuelta en la carretera.

Unas horas después, habíamos logrado pasar la ciudad de Los Mochis y paramos para almorzar, donde nos atendió un hombre amable pero muy raro y con un acento muy extraño. Cuando le preguntamos si había lugares bonitos en el estado de Sinaloa, respondió: “¿Lugares bonitos en Sinaloa? No, no hay lugares bonitos en Sinaloa.” Como no teníamos tiempo para parar en ninguna parte, este punto de vista pesimista nos convenía, y antes de darnos cuenta habíamos llegado a otro estado, Sonora.

Aquí dejé que Jamie se pusiera al timón por primera vez. Le di una clase rápida de cómo funcionaba todo, y empezó. Esta vez era la primera que había dejado que uno de mis amigos condujera el coche (con la excepción de David, quien casi había chocado en un cruce guzmanense), así que al principio estaba un poco preocupado; sin embargo, confío mucho en Jamie y pronto podía ponerme cómodo y relajarme. El único incidente que nos provocó un poco de nervios fue cuando pasamos por un control militar y le avisé a Jamie que anduviera despacio; él entró lentísimamente y parecimos muy sospechosos. Afortunadamente, después de unas explicaciones, pasamos pero estas revisiones sí son muy intimidantes. Al contrario, las “inspecciones fitosanitarias” nos dieron experiencias menos angustiosas: Jamie señaló más de una vez que siempre había abundancia de personas que vendían sombreros afuera de estas revisiones. Bromeamos con que facilitaban el contrabando de frutas o vegetales. Quién sabe, en México todo es posible.

Seguimos, y después de unas horas más en la carretera, llegamos a un lugar que se llamaba Ciudad Obregón. Es un sitio absolutamente extraño, con calles masivas de más de cuatro carriles en cada dirección, pero cero tráfico, cero gente, cero taquerías, nada, excepto fábricas grises y feas. Fuimos a Pemex y platicamos con los muchachos que trabajan allí.

—“Muy tranquilo en Obregón, ¿no?” —dije.

—“Así es” —uno contestó—, “nunca pasa nada en Obregón”. Llenamos el tanque y estábamos por irnos cuando un joven me gritó:

—“Oye, ¿fuiste tú que dijiste que nunca pasa nada en Obregón?” —miré por encima de mi hombro. Me presentó una trabajadora de gasolinera, que considerablemente mejoró mi opinión de  Ciudad Obregón.

Empecé a conducir nuevamente, con la meta de quedarnos en Hermosillo. Pero era de noche cuando llegamos y las luces de Hermosillo reflejaban a un gigante que nos absorbía poco a poco, así que cenamos unos tacos e iniciamos nuestra undécima hora de conducir en ese día. Antes de salir de la ciudad, encontramos nuestro primer escollo cuando el carro se cayó a un pequeño cañón en una calle lateral. No había ninguna advertencia, no había ninguna elección, excepto caernos adentro y rebotar afuera. El carro respondió amigablemente: no parecía que hubiera recibido demasiado daño y podíamos continuar. Pero qué gacho. Los baches y topes son enfadosos, pero esos que se pueden describir como cráteres en medio de la calle, me hacen sentir que existe un divino poder mexicano que quiere destruir mi coche.

Unas horas después, encontramos un motel bastante barato que estaba situado en  medio de la nada. A diferencia del primero éste era muy agradable. El carro se había portado impecablemente, a pesar de la adversidad y de haber recorrido más de lo planeado. Pero sabía que la prueba real llegaría al día siguiente, cuando tendríamos que cruzar el agobiante desierto y entrar a la temida región fronteriza.

De Ida y Vuelta: Camino a La Paz: DÍA TRES

June 7, 2009

Día 3 Santa Ana–Tijuana (725 km, total 1,970 km)

El pueblo de Santa Ana está situado en el crucero que separa a Nogales y a la frontera de la ruta hacia Mexicali y Tijuana. Tomamos la segunda opción y pronto llegamos al Gran Desierto de Altar: una tierra increíblemente inhóspita, tan grande, tan seca, tan vacía. Rogábamos que el carro no se descompusiera, porque no había mucho tráfico, sólo millas y millas de nada. Desechando nuestras preocupaciones, pusimos la música de Johnny Cash en el iPod y, con ésta tocando, el viento en el cabello y el carro funcionando, realmente nos sentíamos como reyes del mundo.

Después de un par de horas llegamos a la primera puerta a los Estados Unidos: el pueblo de Sonoyta, que era muy tranquilo comparado con los pueblos fronterizos a los que habíamos sido acostumbrados (pues admito que esta experiencia era limitada porque sólo habíamos visitado la horrible ciudad de Tijuana). Conducimos justo a la frontera y consideramos hacer una breve visita a Gringolandia —por la simple razón de que podríamos hacerlo sin problemas, contrario a la situación que enfrentan los mexicanos— pero al final decidimos que no valdría la pena. En cambio, regresamos al pueblo y pedimos tacos para el desayuno. Nos sirvió una muchacha que había sido expulsada de los EEUU después de haber vivido allí durante más de 20 años. Había crecido allí, era tan americana como mexicana, y aún así la habían echado a este lado. Me compadecía de ella y me compadecía, también, de la situación de tantos mexicanos que arriesgan sus vidas para ir a un lugar donde reciben discriminación, donde los americanos los perciben como la clase inferior, a pesar de que todos los éxitos de los Estados Unidos se han logrado gracias a los inmigrantes. Me encantaría ver como la sociedad estadounidense reaccionaría si los mexicanos se largaran a casa. Sus vidas de lujo se desplomarían. Yo le dije a la muchacha que no se preocupara, y que si yo fuera mexicano, preferiría vivir acá, aunque honestamente aquí no, en el desierto.

Pero ya basta de quejarme de los Estados Unidos, por lo menos en este párrafo. Disfrutamos nuestros tacos, más caros del promedio a 10 pesos por taco, pero grandes, ricos y todavía bastante baratos. No soy una persona agarrada, pero no puedo evitar sentirme satisfecho de llegar a un país extranjero y comer dos veces mejor por la mitad del precio. Y claro que no es sólo comida: transporte, alojamiento, alcohol, todo. Sin embargo, sé que los mexicanos reciben sueldos diabólicamente bajos, entonces para ellos (y para mí también nuevamente trabajando aquí) gastar 10% del salario de la semana para unos taquitos no es una situación tan agradable.

Ya regresamos a la carretera, doblamos una curva y la vimos: la pared metálica tan intimidante que separa los ricos de los pobres. Esa cosa oxidada continuaba a millas de distancia. Es un ejemplo fascinante de los defectos de la raíz humana. En realidad, la pared no es particularmente necesaria, sobre todo por las cordilleras del lado estadounidense que, me imagino, consiguen matar a un montón de aspirantes inmigrantes ilegales cada año.

Consideramos saltarla. La carretera estaba a no más de unos cientos metros: ¿Por qué no? Éramos ingleses; en verdad no queríamos ir a los Estados Unidos, pero sería bueno nada más brincarla y regresar rápido, para decir que habíamos entrado ilegalmente. Yo realmente quería hacerlo, porque pensaba que sería nuestra oportunidad: a lo mejor han leído en las noticias que los americanos planean gastar billones de dólares para acrecentar la pared; algo que a mí me parece muy irónico porque para completar el trabajo tendrían que contratar otro ejército de mexicanos para hacer la obra de mano. Al final, Jamie me persuadió de que no lo hiciéramos, posiblemente era una buena decisión porque los americanos son muy paranoicos y probablemente nos habrían matado, o por lo menos nos habrían prohibido usar sus aeropuertos, lo que nos restringiría viajar hasta México.

No necesitábamos saltar la pared: después de unas horas en el calor seco y asfixiante del desierto, nos encontramos a un retén militar masivo. Éste era sin duda el más grande de todos de los que habíamos visto. Examinaron todo (excepto debajo del cofre y de nuestros gorros, así que si alguien quiere pasar algo de contrabando, le recomendaría esconderlo allí). Bueno, tras ser revisados, llegamos pronto a una ciudad que se llama San Luis Río Colorado, donde el Río Colorado se encuentra con los desiertos de México. Después de que cruzamos el río vimos un hueco en la pared; si alguien quiere probarlo, allí es la entrada secreta a los Estados Unidos. Nada más que si te capturan, no le digas a nadie que fui yo quien te dije.

Me imagino que las aguas del río dan nutrición a toda el área porque a sólo unos minutos de estar en el sofocante recinto militar (en el que no se podía ver ni un pedacito de vegetación) ya estábamos rodeados por un campo verdísimo. Esto resume el medio ambiente físico de México: es tremendamente diverso y puede demostrar contrastes enormes entre espacios relativamente cercanos, y por eso vale la pena tanto visitarlo.

Casi habíamos llegado a nuestro destino: para evitar Tijuana habíamos decidido quedarnos en Tecate para ver la cervecería famosa. Luego, simultáneamente, entró en nuestras mentes el prospecto de… quizás, tal vez, posiblemente, volver a la ciudad más visitada (y horrible) del mundo y darle una segunda oportunidad. Pues hicimos lo que solemos hacer: anotamos los pros y los contras, aunque nos faltaba nuestro pizarrón blanco para ayudarnos. Después de unos segundos de discutir el asunto, sabíamos que habíamos llegado a una decisión. Para completar nuestra saga teníamos que vencer Tijuana de nuevo. La emoción circulaba por nuestras venas. Siempre pensé que jamás, jamás, iba a poner un pie en Tijuana otra vez, y sin embargo acá estábamos.

Pusimos unas canciones de Manu Chao, mi héroe, y giramos para evitar Mexicali. Increíblemente, no vimos a ningún carro en todo el camino; era como si alguien nos dijera que no tomáramos esta ruta. Bueno, seguimos conduciendo y eventualmente vimos unos carros cuando nos juntamos con la carretera a TJ, de la cual no sabía nada.

Pero Jamie sí sabía, y me dijo que había leído que duraba unas horas para pasar. “¿Por qué?” me pregunté, “¿si sólo parece muy corta la distancia entre Mexicali y Tijuana en el mapa?”. Pronto me di cuenta por qué: la autopista de cuatro carriles serpentea por arriba de unas montañas colosales de rocas, antes de que descienda rápidamente al valle. Qué vistas, y qué magnifico es la hazaña de ingeniería que esta carretera de cuatro carriles; con dos realmente sería una pesadilla. Estos logros demuestran que México en verdad tiene capacidad para hacer cosas maravillosas, pero a menudo hay más factores a considerar.

Después de una hora y media, por fin llegamos a la ciudad de Tijuana. Esta vez, teníamos un plan astuto. Dejaríamos el carro en el estacionamiento del aeropuerto, iríamos a Tijuana en camión, y dejaríamos todas nuestras pertenencias adentro. Así, si nos intentaran robar, verdaderamente no tendríamos nada para dar a esos cabrones. Del estacionamiento, se puede ver no sólo la ciudad, sino también los aviones despegando, de manera que disfrutamos el gran panorama mientras atardecía un día absorbente.

Apoyándonos contra la frontera, tomamos el camión al centro y encontramos un hotel decente en la calle principal, la Avenida Revolución. Allí tuvimos una conversación interesante con la dueña: cuando le preguntamos “¿Es seguro este lugar?” (refiriéndonos específicamente a su hotel), nos miró raro y negó la cabeza: “¿Tijuana?, pues, realmente, ¡no!”

Nuestros corazones estaban palpitando muy rápidamente. Fuimos enseguida a la calle, ignorando los graznidos de la gente que intentaba conseguir que comiéramos en sus restaurantes y/o recibiéramos sexo oral, ninguna de esas cosas aceptamos… bueno, de momento. No tardamos mucho tiempo en encontrar el hotel de mi primera visita, y vaya sorpresa: ahí estaba el mismo señor que quería vendernos el otro carro (cuando me asaltaron aquella vez). Honestamente parecía bastante mal, me imagino que es sólo un cuarentón pero estaba muy viejo, encorvado y sucio. Debe ser el efecto de vivir en una ciudad como Tijuana. Como tuvimos miedo que nuestro secuestrador viniera, nos fuimos rápido a una de las calles peatonales. Pronto encontramos el puesto donde la policía cateó mis bolsillos: buenas memorias. Bueno, en realidad no son buenas memorias, pero supongo que buenas experiencias de la vida.

Ensimismados, oímos a alguien que gritaba: “sopita de camarón”. “Ok, está bien, ¿por qué no?” pensamos, y entramos el restaurante que estaba vacío. Pronto el lugar se había llenado, pues claro que nosotros somos la vida y alma de la fiesta, modestia aparte.

Las cosas iban mejor. Comimos bastante bien con ayuda de unas cervezas “Pacífico”, bromeamos tantito con el mesero, antes de regresar al hotel para empezar a tomar esa botella de tequila que los policías habían encontrado ayer. Por el camino, fuimos abrumados con invitaciones a bares, discos, restaurantes, clubes de striptease y tiendas. En una de ellas, el muchacho me dijo que dejaría que su hermana fuera parte del pago de un machete. Yo estaba de humor para todas las pendejadas esa noche; realmente te hacen sentir querido, aunque de una manera extraña, como cuando caminas por “La Revo”, y te gritan todos sin excepción. Nosotros dos teníamos la sensación de que la segunda visita tendría que ser mejor que la primera. La Dodge-Podge Máquina de Sueños nos había llevado de Ciudad Guzmán hasta Tijuana en tres días; habíamos hecho bien. Quién sabe, incluso quizá lo pasaríamos bien esta noche.

De Ida y Vuelta: Camino a La Paz: DÍA CUATRO

June 6, 2009

Día 4 Tijuana–San Quintín (301 km, total 2,271 km)

El “scenic road” de Tijuana a Ensenada es absolutamente pintoresco, pero es difícil apreciarlo al 100 por ciento cuando tienes una crudota de la noche anterior. La mitad de mi mente estaba fijada en la carretera, la otra concentrada en descifrar lo que había pasado la noche anterior. Habíamos empezado con la botella de tequila: la bebimos en pocos tragos; si tienes ganas, sí es cierto que el tequila te hace feliz. Luego habíamos cruzado la calle al casino abarrotado, decidiendo apostar no más que 5 dólares cada uno. No obstante, dos juegos después, nuestros 10 dólares se habían convertido en más de 200 dólares. Órale. De modo triunfal, nos marchamos rápidamente del edificio, como si fuéramos “los mejores jugadores en el mundo”, pero de aquel momento tenía solamente una vaga idea de lo que ocurrió. Y todo ese dinero había desaparecido.

—“Había cocaína” —balbuceó Jaime entredormido.

—“¿Cocaína? No manches. ¿Dónde?”

—“En el club de striptease.”

—“Ah… ok. ¿Pero yo no la probé, verdad?”

—“No, sólo yo.”

—“Ok.”

—“Esos gueyes seguían ofreciéndomela tan barata, que pensé ¿por qué no?, no hay mejor lugar para probarla.”

—“¡Muy bien! ¿Cómo estaba?”

—“Sí, bien, sí. Es probable que no vuelva a hacerlo, pero al tiempo te sientes como si fueras la persona más chida del mundo. Tienes un montón de energía también. Es por eso que no regresé hasta las siete. De hecho, desayuné con ese alemán antes de que me acostara.”

Jamie se refería a un hombre alemán llamado Siegfried al que habíamos conocido, y que había estado viajando por todo Latinoamérica pero su dinero se había agotado. Haciendo una profesión de fe, Jamie se lo prestó; el alemán aseguró que se lo devolvería por la banca en línea. Qué bueno de la parte de Jamie, debe de ser así. Después de todo, todos somos humanos, a pesar de que algunos de nosotros pensamos que tenemos el derecho divino de los demás. La cruda realidad, sin embargo, es que Jamie todavía no ha recibido nada.

Esa noche había sido completamente loca. Originalmente habíamos tenido la intención de ir a una de las ciudades más machistas y hacernos pasar por gays para ver qué pasaría, pero en Tijuana sentía que hacer esto habría sido problemático, porque seguramente nos hubieran ofrecido algo grotesco como los transexuales que habíamos visto caminando por las calles, y nadie quiere eso. En la discoteca a donde fuimos, estaba una banda increíblemente ruidosa de música norteña o banda (no sé la diferencia, si en verdad la hay), tocada por muchos hombres con sombreros de cowboy, que a mí me parecían absolutamente ridículos.

No soy un gran aficionado de esta música, principalmente por las actitudes machistas que descaradamente promueve. Esto es la psique nacional mexicana: si eres un hombre normal, adoras a tu madre y a tus hermanas, pero las otras mujeres son blancos que se permiten atacar, para ser cazadas y dominadas por los hombres, mientras que las mujeres aceptan el machismo como algo normal, por eso ha perpetuado esta situación del control masculino. Los gays también son desaprobados, pero, por lo menos en mi experiencia, en Jalisco la discriminación hacia ellos no es tan contundente. Jamás entenderé cómo puedes, lógicamente, tener prejuicios contra los homosexuales, pero es uno de los modos de pensar, profundamente arraigado en México y que es difícil de cambiarse, por lo menos para las generaciones más viejas. Tampoco puedo justificar los méritos de la música de banda. No parece desesperar a nadie cuando el volumen es obscenamente alto por la mañana como para que toda la colonia la escuche, pero a mí sí me desespera. Dicho esto, de una forma u otra, muy en el fondo, me está empezando a gustar tantito, supongo que es porque me recuerda a México, un pensamiento que me hace feliz.

Entonces, al olvidar la idea gay, usamos un método mucho mejor: nos hicimos pasar por franceses para no tener que hablar con gringos, a pesar de que la calidad de mi francés es espantosamente mala. Recuerdo, sin embargo, que volví a utilizar el español como a las tres o cuatro de la mañana para tener una conversación larga con una joven fascinante, Fabiola. Ella representó el otro lado de Tijuana: el lado honesto y trabajador de una ciudad creciente e importante. Estos momentos habían sido mucho más positivos, y me recordaron que unos cuantos días en un lugar no siempre te dicen toda la historia.

Con todo, pues, teníamos la moral alta mientras íbamos a gran velocidad al sur, el carro estaba en buen estado y nos hacía gracia la idea de irnos volando por toda la península de Baja California. Paramos durante una hora en un mirador que tenía vistas increíbles de los acantilados y el mar. Tengo que admitirlo, si hay algo que me gusta es un buen panorama. Soy adicto de las vistas; realmente te sientes como si estuvieras en la presencia de esplendor cuando ves algo tan impresionante como esto. Maravilloso.

Giramos a tierra dentro unos kilómetros después de la ciudad de Ensenada, cuando nuestra carretera se acabó prematuramente (por primera vez en este viaje las señales habían desaparecido). Era un buen paseo —había muchísimas curvas largas extendiéndose por las montañas— y ya realmente se sentía que habíamos llegado a la Baja California que tantas personas presumen.

Manejamos durante un par de horas, antes de almorzar en una taquería local. Al principio, los dueños mantenían una actitud reservada, seguramente vieron a dos ‘gringos’ invadiendo su local, pero pronto se rompió el hielo cuando empezamos a hablarle en español. En un lugar bastante inhóspito en medio de la nada, esta gente fue tan amable con nosotros, en su pequeño negocio, en el seno de su familia, en su apreciable tranquilidad. Pero se podría decir que están en una batalla no sólo contra nosotros los ‘gringos’, sino contra su propio gobierno neoliberal panista, que está haciendo todo lo posible para quitarles su estilo de vida. Esta familia representa al pueblo; humilde pero generoso, pobre pero alegre.

Esta zona depende mucho de los turistas que hacen sus viajes de carretera para ganarse la vida, de manera que —probablemente— no tendrá que cambiar mucho, porque cada vez vienen más turistas a Baja. Sin embargo, existen miles de personas, así que tendrán que mudarse a las grandes ciudades o a la frontera, simplemente porque ya no se pueden sustentar en estas comunidades rurales. Entonces, me di cuenta de la buena decisión que es visitar Baja California, sobre todo ahora que soy joven: en un ambiente tan cambiante estoy seguro que recordaré este viaje con un sentido de nostalgia, de recordando a estas comunidades que sí existen, pero que poco a poco están despareciendo debido al neoliberalismo.

La familia nos había dicho que no había muchos hoteles y debíamos seguir adelante cuanto antes. Este consejo lo confirmamos al llegar al próximo pueblo, Colonia “Vicente Guerrero”. Allí nos dimos cuenta que el único hotel ya se había llenado. No obstante, tuvimos más suerte en el próximo: San Quintín, donde encontramos un hotel administrado por el hombre más serio del planeta. Nos instalamos allí para dormir temprano, paramos una vez nada más para checar el resultado de mi equipo de futbol, Newcastle. Averigüé que había ganado por primera vez después de 13 partidos, una noticia que me hizo sentir muy bien, tanto que compré un seis de Tecate roja, me arrepentí inmediatamente, porque es asquerosa. Ni modo. También vi por la tele que estaba jugando —y perdiendo, otra vez— el equipo América. De cualquier forma resultó un buen partido, con un montón de oportunidades e incidentes entretenidos. El futbol mexicano es genial si quieres reírte, pero esa noche la diversión del juego bonito fue superada por una de las películas más estúpidas y chistosísimas que he visto en la vida: una clásica de Jackie Chan. Bueno, no sé si estaba verdaderamente divertida o no, ya que estábamos en el tranquilizante mundo de Baja California. Pienso que, incluso, si hubiera visto una telenovela mexicana, habría podido disfrutarla. No, en efecto, voy a retirar ese comentario, pero sí es cierto que estábamos relajadísimos.

De Ida y Vuelta: Camino a La Paz: DÍA CINCO

June 5, 2009

Día 5 San Quintín–Guerrero Negro (438 km, total 2,709 km)

Este día nos levantamos temprano porque nos habían dicho que las vistas en el Parque Nacional San Pedro Mártir iban a ser espectaculares. Paramos a desayunar en un lugar llamado “Mamá Espinosa’s”, en el pueblito de El Rosario, que estaba dirigido a los americanos que pasean por Baja, pero con todo y eso era muy agradable. Las raciones de chilaquiles eran de tamaño americano, tan enormes, que me dejaron satisfecho hasta la cena. Incluso conseguimos conocer a la misma Mamá Espinosa: una señora encantadora que al principio nos habló en inglés pero le dio mucho gusto también cuando le hablamos en español. Todos parecían muy alegres y relajados en ese lugar y, hasta podríamos habernos quedado un rato más, pero tuvimos que irnos. Con un golpe de gracia, Mamá Espinosa nos aconsejó que llenáramos el tanque en la gasolinera de la vuelta. Qué bueno que seguimos su consejo, porque después averiguamos que esa estación era la última en casi 200 km.

Una vez que habíamos salido, Jamie empezó a filmar y esto coincidió con uno de mis pocos errores al volante: tomé una curva demasiado rápida y tuve que patinar a la izquierda a una velocidad de más de 100 kilómetros por hora. A veces cuando has manejado distancias largas durante tanto tiempo, te robotizas, pero este incidente me recordó que necesitaba mantener siempre mi concentración. Di un chillido agudo, como los que me había enseñado Humberto Silva, el director del periódico Diario de Zapotlán en Guzmán, y pedí disculpas a mi mamá desde la cámara de Jamie, jurándole que era la primera vez que había ocurrido. Bueno, probablemente decía la verdad.

La carretera es absolutamente asombrosa: millas y millas de cactus, algunos de éstos enormes, y el hecho de que tuvimos el coche significó que podíamos parar cuando queríamos para contemplar el ambiente. Por ejemplo, una vez decidí, impulsivamente, girar a un camino de tierra, salimos del coche y subimos hasta la cumbre de una gran formación rocosa. Las vistas fueron increíbles, fue como si estuviéramos en una escena de una película del oeste. Los dos nos sentíamos tan libres que, incluso, dijimos que si el carro se descompusiera, todo habría valido la pena.

El tiempo era perfecto, cálido con el cielo azul y una leve brisita. Me encanta el clima así, es una razón por la cual no aguanto estar en Inglaterra. Algunas personas, incluyendo a Jamie, me han dicho que —en verdad— prefieren el clima frío, pero no tengo ni la más remota idea por qué.

Después de una media hora descendimos, pero antes de subir al coche choqué con un cactus. Es más doloroso de lo que piensan. Había encontrado un cactus gigante que parecía tener la forma de una cara. Lo grabé en video empezando con la cara en primer plano, luego alejé la toma para conseguir una imagen más grande de toda esta cosa, quería demostrar lo colosal que era. Lo que no sabía —pero debía haber sabido— era que atrás de mí estaba otro cactus. Los espectadores de este video podrán escuchar mis alaridos y gimoteos repentinos, y verán a Jamie soltando tremenda carcajada. Después, me encontraba en un estado en el que no sabes si quieres reír o llorar.

Empezamos a manejar otra vez y continuamos por el parque nacional, rechazando la oportunidad de ir a 300 kilómetros para ver una pintura rupestre porque, y no quiero parecer muy ignorante cuando digo esto, había mejores cosas que hacer en Baja California. Estábamos a punto de llegar a Guerrero Negro, donde nos íbamos a pasar la noche, cuando vimos algo que realmente no quieres ver. Había un choque entre dos coches, y los dos habían quedado absolutamente destrozados. Por unos muchachos, nos enteramos, después, que los dos choferes habían muerto; si no hubiéramos parado para escalar las rocas, tal vez podríamos haber sido nosotros. Me parece tan triste que por la idiotez de un conductor, el otro está muerto; puedes ser el mejor chofer del mundo y aún así morir en las carreteras mexicanas. La causa era que uno de los coches había intentado  rebasar en un lugar inapropiado; esto fue relevante porque le había retado a Jaime, al comienzo del viaje, que intentara capturar una foto de nuestro coche siendo rebasado, con el señal de “No rebasar” en el marco. Ya había pasado muchas veces, pero todavía no había conseguido tomarla. Pero como los mexicanos manejan tan erráticamente, sabía que iba a tener la oportunidad.

Llegamos a las afueras de Guerrero Negro y nos dijeron que subiéramos las ventanas porque tuvieron que esterilizarnos, o algo así, quién sabe. Luego, intentamos encontrar el centro. Pensaba que Guerrero Negro sería bastante turístico, pero, después de una fila de cuatro o cinco hoteles en la calle principal, no parecía que fuera nada. Dimos unas vueltas pero no encontramos nada. Luego, mientras íbamos hacia el fondo de una calle residencial, oímos una mujer gritando “¡cuidado con la caída!”. Después de un flashback de una fracción de segundo del “Gran Cañón de Hermosillo”, di un frenazo, y justo a tiempo, porque el fin de esta calle se caía a la playa, convirtiéndose en un camino en el que quizás una camioneta cuatro por cuatro habría tenido problemas para maniobrar. No había señal. Hice marcha atrás y le pregunté a la señora dónde estaba el centro, y nos confirmó que esta comunidad de salineros “no tiene un centro”. Órale.

No desalentados por esta noticia, regresamos a la calle principal y encontramos uno de los tantos hoteles con una ballena en su señal (estábamos en el capital de avistamiento de ballenas de Baja) y empezamos a instalarnos en este lugar tranquilo. Las dueñas, que usaban cantidades grotescas de maquillaje, como a veces lo hacen las mexicanas, nos recomendaron una compañía de tours de observación de ballenas cerca del hotel, pero también señalaron que el coche perdía aceite. No les hicimos caso: éramos invencibles, y nada o nadie iba a desanimarnos, o hacer que pensemos que la Dodge Máquina de Sueños no estuviera en condición perfecta.

Fuimos a la oficina de tours de ballenas para reservar un tour temprano al día siguiente, y vimos una señal que decía “Dunas”. Desviamos a otro camino de tierra, e hicimos un paseo genial; había enormes montañas doradas de arena hasta donde alcanza la vista, maravillosamente en contraste con el fresco color azul del mar y las lagunas. Después de veinte minutos llegamos a un faro abandonado, vimos el atardecer con unas chelas, y regresamos contentos. Fuimos a un buen restaurante de mariscos en el que cenamos de una concha y luego nos fuimos a dormir, ya que realmente no había nada más que hacer en Guerrero Negro.

De Ida y Vuelta: Camino a La Paz: DÍA SEIS

June 4, 2009

Día 6 Guerrero Negro–Mulegé (283 km, total 2,992 km)

Madrugamos optimistas para el tour, excitados del prospecto de ver, quizás, una ballena. Jamie predijo que veríamos 7, mientras yo, en broma, dije 100.

En realidad diría que vimos más de cien. Con la compañía de nuestro guía turístico y  otros dos clientes, una pareja que se llamaba Víctor y Victoria, pasamos unas tres o cuatro horas muy especiales en la Laguna Ojo de Liebre, una experiencia que jamás olvidaré. Llegamos a conocer a nuestros nuevos compañeros: Víctor era de la ciudad de México y había conocido a la chilena Victoria por internet. No creo haber visto a dos personas más enamoradas, su relación me demostró que encontrar el amor de tu vida en línea en verdad es posible. Bueno, ya basta de eso, hablemos de las ballenas grises. Tuvimos el privilegio de ver estos seres fascinantes que llegan, año con año, a esta laguna cerca de Guerrero Negro como parte de sus ciclos de migración. Estos animales son hermosos, como también lo son los paisajes.

No sólo vimos ballenas sino también delfines y leones marinos, pero la parte más destacada del tour fue sin duda cuando dos ballenas más amigables y mansas, salieron a la superficie y permitieron que las tocáramos. Creo que estas criaturas tienen un buen sentido del humor: un grupo de alemanes que se habían colocado alrededor de ellas fue empapado cuando una ballena, particularmente segura de sí misma, se volteó y los roció. Fue graciosísimo, pero a ellos no les pareció nada chistoso, me lanzaron una mirada intensa y tuve la inconfundible impresión de que no les pareció divertido. Los alemanes, para que lo sepan, no tienen el sentido del humor de los ingleses, o, por lo visto, de las ballenas grises.

Finalmente regresamos, agotados pero sin saber por qué, puesto que nada más habíamos estado holgazaneando en el sol todo el día. Luego averiguamos que Víctor y Victoria también iban a ir al sur, y el viaje para ellos sería difícil, incluso tal vez iban a tener que quedarse otra noche en Guerrero Negro que, con debido respeto, no era la opción más emocionante. Entonces, les ofrecimos un raite y aceptaron con gratitud.

La Dodge-Podge Máquina de Sueños no me agradeció nada por tomar esa decisión. El sobrepeso bajó al máximo la suspensión del coche y provocó que se raspara cada vez que cruzábamos uno de los 1.2 billones de topes en México. Pero no nos preocupamos: no estábamos muy lejos de nuestro próximo destino: Mulegé y, después de unos deliciosos tacos de pescado de un puesto de la calle, salimos de Guerrero Negro. La conversación durante el viaje fue de buen humor; por ejemplo, yo estaba aprendiendo nuevas palabras chilenas como “vacán”, que supuestamente significa “chido”. Las vistas fueron increíbles otra vez porque tuvimos que atravesar la península, eso significó montañas espectaculares.

Al llegar a la costa del Golfo de California o de Cortés, paramos en un lugar agradable llamado Santa Rosalía, que parecía muy francés. Desafortunadamente, no pude disfrutarlo al máximo porque decidí beberme muy rápidamente un litro de leche… me arrepentí aproximadamente 4 minutos después.

Cerca de allí estaba Mulegé, un pueblito muy bonito con no sólo la costa sino también un río; este río tiene un gran puente que crucé sin querer, rodeando el pueblo y atropellando un perro bastante grande, también sin querer. No pude evitarlo, pienso que quería suicidarse porque corrió al lado del coche antes de lanzarse en frente de nosotros. Pinches perros. Bueno, di la vuelta y se había ido, quien sabe si a lo mejor sobrevivió. Entramos al pueblo y fuimos por un camino de tierra hacia la playa, donde Jamie y yo subimos a la cima de un afloramiento rocoso que tenía un faro pequeño. Las vistas del atardecer fueron absolutamente preciosas, acompañadas de tibias, tibias, botellas de “Pacifico”.

Encontramos un hotel muy bonito con su propio patio/jardín, y cuartos muy hogareños. Luego nos fuimos “de parranda” en Mulegé… no, pues en realidad el centro del pueblo sólo consistió en dos o tres adolescentes sentados y unos pocos vendedores ambulantes. No obstante, esta comida fue buenísima: un señor nos preparó algo que se llamaba un “quesaburro” que contenía, básicamente, todo lo que podrías pensar dentro de una tortilla enorme y, aunque fuera relativamente sencillo, probablemente fue mejor que cualquier cosa que pudieras comprar en Inglaterra. Este sujeto, creo que su nombre era Roberto, marcó la pauta en la calidad de la comida callejera en Baja California, que es mejor que todas las otras regiones de México que he visitado.

Una vez, mi abuelo me dijo algo que nunca olvidaré: a pesar de todos los problemas y cambios en el mundo moderno, “la vida todavía vale la pena vivir.” Días como éste, te ayudan a estar de acuerdo con esta enseñanza.

De Ida y Vuelta: Camino a La Paz: DÍA SIETE

June 3, 2009

Día 7 Mulegé–La Paz (501 km, total 3,493 km)

Esta mañana, dormimos hasta tarde y nos dimos cuenta que realmente nos habíamos adaptado al modo de vida tan relajado de México. En el pasado, sí he criticado en broma la ética de trabajo de los mexicanos, pero claro que sé que la gran mayoría de ellos trabajan muy duro, especialmente cuando consideras cuánto es lo que ganan. En Inglaterra el salario mínimo es alrededor de 100 pesos (£5 libras) por hora, mientras que aquí es apenas la mitad de esa cantidad por día, así que la vida no es siempre tan fácil. “¿A dónde va todo el dinero, entonces?” quieres preguntarte; ¿A dónde van todos los impuestos, el dinero de los recursos naturales, los millones de dólares de inversión extranjera, el absurdo pago que tienes que hacer cuando naces y mueres, en verdad? ¿A las escuelas? Sí, aunque por lo visto todavía están cobrando para que puedan recoger basura. ¿A la asistencia sanitaria? No. ¿A las carreteras? ¡Supuestamente sí, pero luego te caes a un hoyo!

Lo que es cierto es que, si una proporción de este dinero va al gobierno local, la gente no recibe nada de ello: el ayuntamiento de Guzmán ha tardado dos semanas para ir a mi domicilio y resolver una alcantarilla rota en mi calle; se está negando a arreglar un bache en el centro que lesiona a muchas personas cada semana, y ¡todavía no van a matar el gallo que me despierta a las seis de cada mañana!

Esto resume a México: su gente tiene una actitud totalmente distinta a la de los ingleses (y, en una manera más exagerada, de los estadounidenses) porque siempre está llena de tanta fe, tanto que ni siquiera contempla quejarse. Me refiero a “fe” en un sentido religioso, pero también la fe que la mayoría de los mexicanos tienen en sus políticos y la vida en general. Es obvio que el gobierno puede ayudar más, pero estas personas, en los puestos importantes, todavía son adoradas como si fueran reyes: a veces la formalidad es insoportable. La cortesía es una cosa, pero creo que a menudo es exagerada, por ejemplo, las personas aquí son clasificadas en “usted” o “tú”, de acuerdo al grado de respeto. A mi modo de ver, esto es un concepto completamente inútil que crea divisiones innecesarias entre la gente. Este arcaísmo, como el cristianismo, en gran parte, ha sido olvidado en España, el país que introdujo todas estas cosas a México, porque ellos se han dado cuenta que ya no son particularmente relevantes o apropiados en la vida moderna. Pero aquí no.

Todas estas cosas me hacen apreciar cuán bien organizado es mi propio país, y cuan difícil la vida en México puede ser. Pero, dicho todo esto, los guzmanenses se darán cuenta que estoy aquí todavía, y esto es, por supuesto, por razones que no son religiosas o políticas. Por ejemplo, una cosa que los mexicanos saben hacer mejor que todas las otras raíces es relajarse al máximo, que era exactamente lo que estábamos haciendo, acostados en nuestro hotel tan agradable, en el bonito pueblito de Mulegé. Nos despedimos de Víctor y Victoria, con la promesa de visitarlos la próxima vez que estuviéramos en el D. F. Acto seguido, tomamos la carretera con destino a La Paz. Por el camino, pasamos por la capital histórica de las Californias, Loreto, que es un lugar muy bonito. Vimos la misión (uno de los templos construidos por los españoles durante la evangelización), un edificio bastante impresionante. La historia de las misiones es interesante pero triste, porque, hoy en día, vivimos con las consecuencias: 90% de la población mexicana practica el catolicismo. A veces me pregunto si yo hubiera inventado una religión y hubiera llegado a México antes de que llegaran los españoles, si la gente habría creído en la mía. Quién sabe, si les hubiera persuadido suficiente, quizás yo habría podido ser adorado como un dios.

Todo el asunto de preferir una religión, absolutamente me deja perplejo: los problemas innecesarios que ha causado y sigue causando es increíble. Aquí estamos en el mundo moderno, con aviones, iPods y computadoras con el “Messenger” y, a pesar de todo esto, todavía somos tan primitivos como antes. En México, por ejemplo, tener relaciones sexuales antes de casarse, vivir juntos antes de casarse, incluso comer carne en algunos viernes es desaprobado. Esto es loco, pero tengo la sensación de que la situación está cambiando, porque las nuevas generaciones tienen un poco más de libertad para elegir el camino de sus propias vidas. Claro que México es “el gran país de contradicciones” y, tras un examen más minucioso descubres que, detrás de las apariencias, todo el mundo está teniendo sexo como conejos, chismeando la vida de sus vecinos, y perdiendo atención en misa. La próxima generación será aún más liberal, tal como en Inglaterra, donde la religión ya no es nada más que un vestigio irrelevante del pasado. De hecho, mi predicción es que en 75 o100 años, el catolicismo sólo representará menos que un cuarto de la población mexicana, como ahora en España.

Es posible que Dios exista, pero, por supuesto, no hay ninguna manera de saberlo. Sé algo, sin embargo: si existe un Dios, el o ella ciertamente no me ama suficiente, porque me castiga cada vez que como demasiado chile. Adoro la comida picante, pero los problemas empiezan cuando tiene que salir de mi cuerpo, que me hace aguantar un tiempo de 15 minutos de lloriqueo, transpiración y escalofríos en el asiento de retrete. Esto pasó cuando llegamos a un restaurante en Loreto, pero la calidad del ceviche que nos sirvieron después, casi compensó la hora de sufrimiento que había sucedido.

Salimos otra vez, buscamos unas buenas playas porque me ahogaba de calor y, eventualmente, la encontramos por un camino de tierra. Este lugar era tan perfecto que es difícil describirlo. No había nadie allí, sólo estábamos acompañados por un alucinante panorama de 360 grados de montañas y playa, que se extendía majestuosamente por la bahía de mar azul y verde. Además, el agua estaba poco profunda; era perfecto. Sabíamos, sin embargo, que tendríamos que seguir adelante. Con prisa o no, llegaríamos a La Paz, así que después de nadar durante un ratito, nos fuimos (qué triste de verdad). No obstante, antes de irnos tuvimos una competencia de tirar rocas; fuimos tan malos que lanzamos como el tercero de la playa rocosa adentro del mar. En este concurso, habíamos incorporado una apuesta, en la que el perdedor tendría que cumplir un reto relacionado con las chicas mexicanas. No me acuerdo exactamente que era el desafío, pero pienso que empatamos de todos modos.

Después de unas horas de conducir, ascendimos una loma y allí estaba abajo… la ciudad de La Paz: casi lo habíamos logrado. Tenía muchas ganas de tomar el pelo a Liliana por dudarnos; estábamos aquí, el lugar donde saldría el ferry; éramos invencibles. Atardecía, y se veían luces rojas y púrpuras iluminando la ciudad, qué bonito era. Llegamos al centro y, por suerte, conseguimos un buen espacio para estacionar el carro afuera de un hotel decente, justo cuando la ciudad se estaba cerrando.

La Paz es, simplemente, una de las ciudades más agradables que podrás visitar: suficientemente grande para tener un buen ambiente, pero suficientemente pequeña para ser relajada, con gente muy amigable y, por supuesto, el elegante malecón por la orilla. Realmente, el nombre de “La Paz” te dice todo. Fuimos por unos “hot dogs” que fueron excelentes otra vez, y platicamos con unos paceños. Los martes, nos dijeron, no eran las noches óptimas  para salir en La Paz, pero los jueves, viernes y sábados definitivamente sí eran. Hicimos planes de probar esto antes de tomar el ferry el viernes, pero esa noche nos conformamos con una cerveza relajada en un bar con música en vivo y una mesera excepcional. Chido.

La mañana siguiente noté una señal en la parte de atrás de nuestra habitación, que contenía las reglas del hotel. Uno de los puntos dijo: “Los huéspedes deben de dejar libre sus cuartos a las 11 de la mañana lo más tarde”. En el punto de abajo añadió: “Se les dará, como máximo, una hora de tolerancia.” Esto resumió la actitud que los mexicanos tienen de la puntualidad perfectamente. Genial.

De Ida y Vuelta: Camino a La Paz: DÍA OCHO

June 2, 2009

Día 8 La Paz–Cabo San Lucas (222 km, total 3,715 km)

El último tramo del reto había llegado: hoy llegaríamos al famoso cabo del sur de Baja California. Nos levantamos bastante temprano y fuimos directamente al coche. No obstante, al salir de la ciudad, tropezamos con un problema. El carro no metía sus cambios y empezaba a agitarse sin control. Ay, cielos. Estábamos en una fila de tráfico en una cuesta cuando pasó la primera vez, ¡pinches apiñadas calles de sentido único!

Pitido, pitido, pitido, estoy seguro que te puedes imaginar. No sé que pensaron que estaba haciendo, tal vez que me parecía agradable parar el coche en medio de la calle e interrumpir a toda la ciudad. Después de tres minutos (y acelerando sin éxito cada vez más cerca de los coches de atrás), conseguimos llevar el vehículo a la cima de la cuesta, donde pudimos estacionarlo en frente de una parada de taxis, donde tendríamos más espacio.

Cojones. Todo había estado yendo tan bien. Me imaginaba la cara de Lily diciéndome “te dije”, pero teníamos que permanecer positivos. Tomamos un taxi para ir con un mecánico y regresamos con él al coche, pronto averiguamos que la transmisión necesitaba más aceite, ese mismo aceite que nos habían dicho que estaba saliendo en Guerrero Negro (pero que habíamos hecho la vista gorda), muy probablemente causado por el hoyo en Hermosillo. El coche, sin embargo, pareció revitalizado cuando lo llenamos, y recibimos una inyección fresca de optimismo otra vez. Todos habían sido tan simpáticos y no habían intentado aprovecharse de nosotros, lo apreciamos mucho, y en ello resumo a los ciudadanos de La Paz.

Entonces, con el carro arreglado, tomamos una decisión estúpida: en vez de dejarlo aquí donde el ferry lo llevaría a Mazatlán, optamos por seguir con nuestro plan original y llevar la Máquina de Sueños todo el camino a Los Cabos. El viaje era bastante lento porque había una camioneta que se movía a una velocidad de 20 kilómetros por hora frente a nosotros y no podíamos rebasarla porque no había oportunidades seguras. No obstante, esto no disuadía a otras personas de intentarlo, así que me quedé atrás para evitar la matanza, y Jamie incluso logró tomar su foto especial.

Después de un buen rato, finalmente conseguimos encontrar una extensión de carretera que estaba suficiente abierta para rebasar la cosa enfadosa, y llegamos al lugar más pequeño de las dos ciudades de Los Cabos, San Juan del Cabo. La ruta del tranquilo centro, a la playa, estaba en muy mala condición, pero nos fijamos que estaban construyendo un gran puente, autopista que irá directamente hasta allá. Así, San Juan del Cabo, en unos años, ya no será el sitio agradable y tranquilo que ahora es, es un poco triste pero para citar la frase famosa: “así es, chapulín”.

Nos estacionamos en la playa e intentamos bañarnos en el mar, pero era absolutamente letal, con una corriente fortísima que nos azotó y nos llevó a una tormenta de rocas. Los dos, Jamie y yo, tratamos de conquistarlo; Jamie tuvo un poco de éxito pero regresó con bastantes cortes y moretones, mientras yo estaba sentado en la arena con una lata de Tecate de 50 grados centígrados, que es probablemente una mejora comparada con la versión fría; sin duda, así me emborraché.

Luego tomamos la carretera que nos llevaría a la línea de meta: Cabo San Lucas. Sentía como un gran logro cuando por fin llegamos, después de nueve días de conducir 3,715 kilómetros. El lejano “arco” que apenas veíamos, nos decía por fin que habíamos llegado: qué vista y qué sentimiento.

Cabo es americanizado, como Puerto Vallarta y Cancún, pero no es tan repulsivo como esos lugares porque no es tan grande y tiene unos mexicanos reales. Buscamos un hotel durante un rato, pero cuando encontramos uno nos saludó la voz de un americano, y el cabrón nos cobró mucho de más y se negó a negociar. “Váyanse a encontrar un lugar más barato en Cabo, si quieres, buddy, ¡pero no lo encontrarás!” nos dijo. “Ok, lo haremos”, contesté en tono desafiante, esperando en secreto no regresar con vergüenza, pero resultó que encontramos un lugar sólo unos metros de lejos que era mucho mejor y más barato, con un dueño mexicano muy amable y un espacio para el coche en la sombra. Habíamos ganado.

Nos instalamos y comenzamos a celebrar, con tequila y Boones de sabor sangría y salimos a cenar. Los dos estábamos bastante borrachos, pero parecía que había afectado más a Jamie que a mí, él tuvo que regresar temprano al hotel. Entonces, yo me atreví a ir sólo a un bar que estaba llenísimo de americanos y mexicanos. Caminé y a la primera persona que vi, le comencé a platicar:

—“Hola, amigo. ¿Eres americano?”

—“Claro que soy americano, hombre, es obvio, ¿te parezco mexicano a ti?”

—“No… pero yo no soy mexicano, pero no soy gringo tampoco, soy inglés.”

—“¡Inglaterra!” —exclamó, fingiendo un acento inglés—, “¿entonces conoces a la Reina?”

—“Pues obvio, amigo, ¡soy inglés!” —Ya tenía compañeros para la noche.

Esa noche fue increíblemente chistosa. Del bar fuimos a…, me dijeron, el mejor lugar de Cabo: la discoteca “El Squid Roe”, que en verdad era un lugar ridículo: todos estaban bailando sobre las mesas y en general actuando al estilo americano; es decir todo exagerado. Pero me dejé disfrutar. Era para mí tan surreal ver tantos adolescentes que no pueden tomar alcohol en su propio país, así que se sueltan la melena cuando tienen la oportunidad en México. Era un ejemplo perfecto de cuan estúpido es “la regla de 21 años” en los EEUU: en Inglaterra, al cumplir 21 años, ya hemos tenido cuatro o cinco años de beber y hemos aprendido las lecciones valiosas de nuestras experiencias (ya no nos pasemos). Por allá, por otro lado, es claro que los jóvenes no están permitidos madurar hasta que se cumplan 21 años, y aún estos individuos entrarán a la sociedad del país más poderoso del mundo. En serio, es aterrador cuando nosotros los ingleses conocemos a estadounidenses de nuestra edad y experimentamos cuán ingenuos son, pero para mí esto dice todo de los Estados Unidos: es un país joven e inmaduro, que te parece difícil tomar en serio pero tienes que hacerlo, por el inmenso poder que ha sido logrado, demasiado que puede manejar.

Así, las policías irresponsables y sobreprotectoras de los EEUU están contentas de permitir que los jóvenes americanos se emborrachen sur de la frontera y ocasionen desmadre. Exactamente así los encontré a las 5 de la mañana afuera de la disco. No me importaba mucho: me la había pasado bien, y sentía muy bien haber cumplido tanto en el viaje. Incluso, Jamie se unió a la diversión a una hora obscena de la madrugada para que no la perdiera.

Sin embargo, justo cuando estábamos a punto de llegar de vuelta al hotel, muy rápidamente volvimos a la realidad al momento en que vimos el pequeño riachuelo de aceite de transmisión del carro que serpenteaba hacia nosotros.